Llego el atardecer y
el calor de la fiebre
ocupaba al haitiano,
resguardado entre las
hojas de caña, sin más
que unos fósforos
para ver la herida
de un ayer…
Y así, el viento de
esa noche apago
su luz, con miedo
a algo desconocido
bajo la mirada
y no supo que esperar.
Cuando quiso avanzar,
levantarse y andar,
el dolor de su herida
le dijo que no,
la herida de su pie
al caminar.
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